La manera en la que interactuamos con los ordenadores ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Primero, tenías que escribirles una orden sencilla, y el ordenador lo hacía. Luego evolucionó, y se podían crear peticiones que incluyeran una cadena de peticiones, y luego esto derivó en unos asistentes virtuales con los que podíamos hablar para darles comandos de voz o escritos simples.
El problema de estos asistentes como Siri o Google Assistant es que somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a ellos. Tenemos que escribir las cosas de una manera en la que la entiendan, y distinguir cómo ellos entienden las cosas para poder ser eficaces en nuestras peticiones.
Con la inteligencia artificial es al contrario, son los ordenadores los que entienden lo que nosotros queremos decir, entienden nuestro lenguaje natural escrito y hablado, y son capaces de componer respuestas parecidas a lo que nos escribiría una persona. Son ellos los que se adaptan a nosotros.
El hecho de que esta tecnología se llame inteligencia artificial puede llevarnos al error de creer que los programas son inteligentes y pueden pensar. No es así, ya que la IA está compuesta de una serie de algoritmos o concatenación de operaciones matemáticas y peticiones de código de programación. Estos algoritmos son capaces de recoger lo que les pedimos, trocearlo de manera que puedan entenderlo, encontrar en su base de datos lo que más se parece a lo que pedimos, y componer una respuesta de una manera que podamos entenderla.
Por lo tanto, nuestros ordenadores o móviles no se han vuelto inteligentes, no tienen consciencia ni pueden pensar. Simplemente, utilizan un programa con procesos internos más complejos, una serie de automatismos capaces de entender el sentido de nuestras palabras, de nuestro tono, y de lo que le queremos pedir de una manera más acertada.
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Autor: Anónimo.